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14 Dic. 2020

La comunicación en los negocios lejanos

 

Ya he escrito en otras ocasiones sobre la comunicación y, aunque no es un tema que me quite el sueño en exceso, sí que considero que es importante en nuestra sociedad, porque nuestro día a día se basa en este factor crítico que es la comunicación entre todos nosotros. El máximo exponente actual en materia de conocimiento popular, la archiconocida Wikipedia, define la comunicación como “el proceso mediante el cual se puede transmitir información de una entidad a otra, alterando el estado de conocimiento de la entidad receptora”.

Y un medio más ortodoxo o académico, el Word Reference, la define como “Acción y resultado de comunicar o comunicarse”.

Es decir, como cualquier medio ortodoxo con poca precisión. Por lo que buscamos el verbo comunicar en el mismo medio y nos encontramos con que su definición es “hacer saber alguna cosa a alguien, informar”.

Ahí ya tenemos un primer conflicto comunicativo. Desde mi parecer es mucho más precisa la definición “popular” que la ortodoxa. ¡Vamos bien!

¿Nos entendemos cuando nos comunicamos, o necesitamos realizar esfuerzos extras para conseguir “informar” o “alterar el estado de conocimiento de la entidad receptora”? La respuesta es obvia.

La necesidad de esfuerzos extras está patente en todas nuestras acciones comunicativas.

En entornos profesionales este esfuerzo puede verse incrementado por el argot propio del medio. Pero no voy a centrarme en este hecho, que sería tema para otro artículo no menos interesante. En el que me ocupa, tan solo me centraré en el factor voluntad.

Sí, porque la voluntad, que no aparece en ninguna de las definiciones sobre la comunicación, es el eje más importante en el hecho comunicativo.

Curiosamente, ninguna de las definiciones aceptadas universalmente, sean éstas de ámbito popular o académico, nombran para nada la voluntad de expresar o comprender. Y ésta es una necesidad básica en cualquier acto comunicativo.

Es imposible comunicarse si cualquiera de las partes no muestra la voluntad de intentar comprender o estar en la onda de la otra.

Este hecho, cuando nos desplazamos a otras comunidades, culturas o latitudes, queda más patente que nunca.

Es un hecho que, ya no en culturas divergentes, sino en ciudades, barrios o, incluso, entre elementos familiares, los conceptos incluidos en los simples vocablos pueden tener no significados diferentes sino interpretaciones divergentes.

En mi caso, que, por suerte, he tenido que cruzar el “charco” en muchas ocasiones, me he encontrado con la odiosa frase: “Aquí las cosas se hacen diferente”.

¿Qué cosas? ¿Diferente a qué?

Es como si, para no tener que esforzarse en comunicarse, de forma espontánea se levantara un muro para protegerse de cualquier forma que diste poco o mucho de la habitual y cotidiana. No existe voluntad de “informar” o “alterar el estado de conocimiento de la entidad receptora”.

Y voy a explicarme.

Es evidente que en cada cultura, país, barrio, familia o entorno, los hábitos se realizan y comprenden sin poner en entredicho su significado, sea este evidente o no. En el momento que un elemento exterior nos “invade” puede poner en peligro este significado y movernos el piso. Así pues la reacción básica y que no precisa de voluntad es levantar un muro de protección y aseverar con toda la contundencia posible que “aquí las cosas se hacen diferente”.

Y no digo que no existan matices ya que, como bien dice un buen amigo mío, en el otro lado del “charco” nos gusta mucho que nos endulcen la oreja (como me fascina esta frase), pero esto no significa ni de lejos que las cosas se hagan diferente.

En un primer momento piensas que es así, que las cosas son distintas, que se hacen diferente. Pero por suerte, igual que en nuestro entorno más próximo, pronto vemos que hay gentes para todo. Existe gente sin voluntad que levanta muros de protección, seguramente por una falta absoluta de seguridad en sus capacidades, pero hay gente con la que te puedes entender de forma natural sin demasiado esfuerzo por su voluntad y ganas de comprender y comunicarse.

Toda esta reflexión no tendría más importancia si tan sólo se tratara de comunicación superflua y si nuestro cometido fuera sólo el mero hecho de pasar unos agradables días, semanas o meses lúdicos conociendo diferentes formas de afrontar la vida. Pero nuestro cometido es profesional por lo que es básico que la comunicación fluya y lo haga de forma racional.

En el mundo de los negocios, el lenguaje es simple. Muy simple.

¿Ganas tú? ¿Gano yo?

Si las respuestas son afirmativas, no hay problema. Entonces vayamos adelante. No hay “cosas” diferentes. Si las respuestas no son afirmativas sí hay problema y después las “cosas” sí son diferentes. Pero la diferencia ya no radica en la comunicación sino que en mi casa me enseñaron que cuando en un negocio sólo gana una de las partes ya no se define como negocio sino que su definición es otra.

En definitiva que si somos capaces de endulzar la oreja del prójimo y nuestra oferta es atractiva, sólo nos queda saber separar el grano de la paja y acercarnos a los profesionales.